La Guerra de las Islas Malvinas |
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BUENOS AIRES.- En una mañana
fría del 2 de abril, a menos de 48 horas de la última gran represión
en la Plaza de Mayo, la dictadura argentina encabezada por el General
Leopoldo Fortunato Galtieri, desembarcaba en las Islas Malvinas. Desde
el siglo XIX, los británicos tenían ocupadas las australes islas del
archipiélago aunque desde hacía décadas buscaban una salida elegante
para desprenderse de ellas. La guerra, que previa victoria europea
permitió la permanencia en el poder de Margaret Tacher, cambió para
siempre la historia.
Tras un mes de la recuperación por la fuerza, llegaron a la región las tropas de los británicos, quienes desplegaron todo el show que luego se utilizaría en las guerras modernas. A bordo de sus naves iban periodistas de los medios europeos, relatando la "reconquista" de aquella inhóspita tierra de manos de los "bárbaros". Inútiles fueron los esfuerzos diplomáticos de la ONU y del Perú. Estados Unidos solo pretendió ganar tiempo en su deliberado apoyo a los ingleses, aunque debieran enfrentarse a una dictadura que también apadrinaban. Para los argentinos, muchos de ellos hijos de inmigrantes europeos, el conflicto tuvo la dura cara de ver como España, Italia y Francia, también apoyaban a su vecino continental. Por el contrario, la solidaridad latinoamericana, excepto de Chile, fue realmente conmovedora. Perú, dándonos aviones de su fuerza aérea. Venezuela, juntando fondos en festivales teñidos de celeste y blanco. Brasil, reteniendo un avión y un piloto británico hasta el final del conflicto. Uruguay, prohibiendo el acercamiento de cualquier barco británico a sus puertos. Los argentinos descubrimos que éramos latinoamericanos y no europeos. Quizás, lo único positivo de una guerra que costó más de 500 vidas argentinas.
La dictadura de Buenos Aires, ahijada de Washington, descartó el ofrecimiento de ayuda de Moscú, cabecera del mundo socialista y máximo comprador de las exportaciones argentinas. Pero toda salida elegante de un irreversible conflicto tuvo un vértice cuando el ARA General Belgrano, un viejo barco de la Armada fue hundido por un misil europeo fuera del área de conflicto. Murieron casi tres centenares de soldados conscriptos, en lo que fue considerado una actitud cobarde del agresor, pero propia de las injusticias de una guerra. El ánimo de los sudamericanos tuvo un quiebre en las ilusiones de una victoria militar. La caída de las Islas fue consecuencia de actitudes dispares en el campo de batalla, donde por ejemplo el marino Alfredo Astiz, un emblema de la guerra sucia, se rindió sin disparar un solo tiro en las islas aledañas a Malvinas. Los soldados, ciudadanos que cumplían el servicio militar obligatorio, verdaderos héroes en el corazón de su pueblo, fueron ingresados al país de noche, en camiones cerrados, sin la posibilidad del consuelo del calor popular. Un año después, los militares completaban su transición en el paso del poder nuevamente a los civiles, con el retorno a la democracia. La guerra, perdida por incapacidad de los militares de carrera, era el corolario de un proceso institucional que había provocado 30.000 muertos y desaparecidos, una abultada deuda externa y un retraso del país del que aún no se logra salir. Abril 2002-04-02 ©
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